viernes, 3 de mayo de 2019

PASO " LAS LÁGRIMAS DE SAN PEDRO"


Las Lágrimas de San Pedro (Pedro de Ávila, h. 1720)

En la iglesia del Salvador se encuentra una de las esculturas de mayor calidad de cuántas conforman los desfiles de Semana Santa de nuestra ciudad, si exceptuamos todas las realizadas por el gran genio Gregorio Fernández. Se trata de Las lágrimas de San Pedro (156 cms.), obra inequívoca del magistral escultor vallisoletano Pedro de Ávila (1678-1755).

Hemos de reseñar que aunque la escultura de San Pedro participa en los desfiles procesionales, su función primigenia no era esa sino que se trataba de una imagen de altar; la cual fue sufragada, al igual que otras hechuras y obras, por el generoso párroco Pedro de Rábago. El sacerdote deja bien patente su patrocinio en su testamento, dictado el 19 de julio de 1720. En las referidas últimas voluntades narra el derrumbe de la torre de la iglesia, la cual provocó la ruina, entre otras cosas, de la “capilla y hechura de Nuestra Señora del Descendimiento de la cruz retablo y altar que es propio del mayorazgo que goza el Señor Conde de Alba Real”, por lo que decidió costear “la efigie de San Pedro apóstol mi padre y puse el retablo que al presente tiene y el lienzo de Nuestra Señora del Descendimiento de la Cruz que está encima de dicho San Pedro todo lo cual por ser adorno para dicha Iglesia hice de mi voluntad y devoción y lo mando a dicho señor Conde y a sus sucesores perpetuamente con calidad y condición de que no lo puedan sacar ni quitar de dicho sitio con ningún pretexto”. También Canesi alude a esa faceta de Rábago como patrocinador de obras de arte para su parroquia: “debiéndose el mayor cuidado al fervoroso celo de D. Pedro de Rábago su cura párroco, que también hizo blanquear y embaldosar toda la iglesia y fabricó la capilla de San Francisco de Paula y otros altares en la forma que hoy están, y dio otras efigies que adornan el templo y muchos ornamentos de que había necesidad que para todo da el beneficio curado porque es de los más pingües de esta ciudad”.
Fueron don Juan José Martín González y Jesús Urrea los primeros en creerla obra de Pedro de Ávila al afirmar en el respectivo tomo del Catálogo Monumental que era “pieza asignable a Pedro de Ávila”. Además señalaban que como la capilla en la que se encuentra es muy poco profunda, “podemos colegir su actitud: San Pedro contemplaría la escena de la Transfiguración, en el retablo mayor. Esto significa una concepción barroca de la composición, ya que enlaza puntos distantes en el espacio del templo”. Hay que remarcar el error de apreciación cometido por Delfín Val y Cantalapiedra, los cuales creyeron que la escultura “fue tallada al parecer a fines del siglo XVI”. Los mismos recogieron otra creencia: la de que “por hallarse en actitud sedente” pudiera haber pertenecido “a una Sagrada Cena desaparecida, pero el dato no ofrece ninguna garantía ya que no se ha documentado ninguna otra figura que pudiera pertenecer a un cenáculo”. Efectivamente, es una suposición ilógica. En Valladolid tan solo han existido, que sepamos, dos Sagradas Cenas: una de papelón que acertó a ver Pinheiro da Veiga en el año 1605 en la procesión que salía del Monasterio de San Francisco: “El primer paso era la Cena, perfectísimo en todo”; y la realizada entre 1942-1958 por el magnífico escultor vasco Juan Guraya Urrutia.

Es complicado otorgar a este San Pedro una cronología aproximada puesto que no tenemos ningún hito o documento accesorio que nos ayude. Tan solo contamos con el dato de que estaba realizada antes de 1720, año en que ya hemos visto que Pedro de Rábago la reflejaba en su testamento. Partimos de la premisa de que pertenece a su segunda etapa; pero, sin embargo, la utilización del pliegue nos mueve a pensar que sería de los inicios de este momento; es decir, hacia 1706-1713. Pero, además, teniendo en cuenta que Rábago encargó la escultura y su retablo para ocupar una capilla que a la fuerza tuvo que ser reconstruida, al igual que la aneja de San Pedro Regalado, a causa del derrumbe de ambas a consecuencia de la caída sobre ellas de la torre de la iglesia, parece lógico pensar que este San Pedro se tallaría por las mismas fechas que el grupo de la Traslación de San Pedro Regalado o, quizás, un poco después; por lo que estaríamos barajando a grosso modo los años 1709-1711.

La escena efigiada en este San Pedro, su arrepentimiento, también conocido como “Las lágrimas de San Pedro”, viene a representar el momento en el que el santo recuerda que se ha cumplido la predicción que le hizo Jesús de que antes de que cantara el gallo le negaría tres veces. Sin embargo, piensa Réau que se trata de un relato bastante inverosímil puesto que “cuesta creer que Pedro, después de haber sido reconocido, cometiera la imprudencia de quedarse en el atrio en vez de marcharse”.

Pedro de Ávila nos presenta al primer papa sentado sobre una roca, mirando al cielo mientras implora el perdón tras las negaciones realizadas. San Pedro, que es figura de tamaño natural (156 cms.), se haya inserto en un sencillo retablo que no posee banco y se halla perfectamente encajado en la pequeña capilla hornacina. Se estructura a partir de dos pares de pilastras a los lados y el ático cerrado en semicírculo, el cual lleva en el centro una interesante pintura de la Piedad, que alude a la advocación de la capilla: “Nuestra Señora del Descendimiento”, y a los lados sendos escudos idénticos (quizás los del Conde de Alba Real. Dicho condado fue concedido por Carlos II a Don Diego de Rivera y Vera el 2 de octubre de 1698.). La capilla, que es la más próxima al altar mayor por el lado del Evangelio, también era conocida como la de “San Pedro ad Vincula” por motivos evidentes.
Como hemos dicho, San Pedro aparece sentado sobre una roca, con la espalda recta sin que se la sostenga ningún elemento. La imagen combina una disposición tendente a lo helicoidal con sendos escorzos tanto en piernas como en el torso puesto que las piernas las mantiene rectas, el torso lo gira hacia la derecha y la cabeza hacia la izquierda. Las piernas las cruza a la altura de los tobillos, posición harto teatral, al igual que lo son el desplazamiento de los brazos hacia la derecha con las manos unidas y entrelazadas implorando perdón, y la cabeza mirando al cielo mirando hacia el cielo mientras llora. La referida helicoidal se ve subrayada por la posición del manto, pero también observamos una diagonal que parte de sus pies y culmina en el infinito proyectada a través de su cabeza. Tanto por el tipo de manto como de rostro emparenta cercanamente con los otros dos San Pedro que tenemos documentados de nuestro escultor (los de San Felipe Neri y la catedral). Sin embargo, los pliegues no son tan profundos y rectos como aquéllos, lo que nos mueve a pensar que se trata de una obra anterior.
Los pliegues son a cuchillo, pero producen concavidades bastante amplias, lo que nos mueve a pensar en un estadio bastante temprano puesto que con posterioridad se irán haciendo más pequeñas y se multiplicarán en cantidad. Llama la atención que, a pesar de tratarse de una escultura supuestamente concebida para estar en un retablo, y por lo tanto no poder observarse su parte trasera, no solamente vaya policromada la espalda y la túnica sino que Ávila haya tallado perfectamente la roca y la túnica, e incluso ha colocado una suave y bella doblez en la parte superior. De no saber que era una imagen de retablo, estaríamos convencidos de que se realizó con fines procesionales por el perfecto acabado.

Ávila se ha esmerado mucho en representar la escasa anatomía visible puesto que en las manos podemos observar que están talladas a la perfección las venas, articulaciones, uñas y hasta los pliegues de ciertas arrugas. La cabeza del santo resulta ser un calco tanto en los rasgos faciales como en la barba y cabellera de las de las otras dos esculturas de San Pedro que le tenemos documentada (las de la Catedral y el Oratorio de San Felipe Neri). El rostro está tallado mórbidamente, acusando bien las calidades de la piel. La blandura del rostro la comprobamos en las arrugas de la frente, laterales del rostro, ceño y mejillas, todas las cuales dan buena prueba de la avanzada edad del santo y de la destreza de nuestro escultor para simularlas con tanta verosimilitud.

La escultura de San Pedro se incorporó en el año 1965, de la mano de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Resucitado, a las procesiones de la Semana Santa de Valladolid, concretamente a la General de la Sagrada Pasión del Redentor celebrada en la tarde del Viernes Santo. Fue en aquel momento en el cual la imagen adoptó la advocación de “Las Lágrimas de San Pedro”. A lo largo de este medio siglo de desfiles, San Pedro ha procesionado la mayor parte de las veces en solitario, si bien ha habido algunas excepciones: el año de su “debut” salió acompañado de un Ecce Homo y dos soldados que pertenecieron al paso de La Coronación de Espinas que Gregorio Fernández talló hacia 1624-1630 para la Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz. Se trataba del sayón arrodillado y el de la lanza, ambos bastante vulgares y que seguramente ejecutaron en su mayor parte alguno de los múltiples aprendices que tenía el maestro gallego en su taller. Por su parte, el Ecce Homo, que al parecer pertenece al Museo Nacional de Escultura, aunque en la actualidad se expone en el Museo Diocesano y Catedralicio, procede de la iglesia de San Juan de Letrán aunque su origen se encuentra en uno de los conventos desamortizados en el siglo XIX.
Durante mucho tiempo estuvo atribuido a Francisco Alonso de los Ríos por su parecido con el que actualmente desfila en el paso del Despojo (debido a que el Cristo original de Juan de Ávila pereció en un incendio en 1799), y que procede del Convento de Agustinos Recoletos, pero desde hace unos años se ha modificado su atribución en favor de Alonso de Rozas. En 1966 se suprimieron los dos sayones, de tal manera que tal solo salieron juntas las imágenes de San Pedro y el Ecce Homo. Ya en 1967 se sustituyó ese Ecce Homo por otro Cristo “propiedad del Museo Nacional de Escultura, obra de un autor anónimo del siglo XVII e inexacto en la interpretación del pasaje sagrado, pues Jesús no había sido flagelado aun cuando el galló cantó por tercera vez y Pedro lloró arrepentido”. Desconocemos tanto al autor como la procedencia de este curioso Cristo atado a la columna que no aparece según el modelo tradicional de Gregorio Fernández, sino que se encuentra arrodillado. Todo parece indicar que llegaría al Museo Nacional de Escultura procedente de algún cenobio desamortizado. Sería muy deseable su recuperación para las procesiones, dado que ambas piezas no solo no desentonan sino que conformaban una interesantísima escena.

Actualmente participa en tres procesiones: en la de del Arrepentimiento, en la noche del Miércoles Santo, en la de la Amargura de Cristo (Jueves Santo) y en la Procesión General de la Sagrada Pasión del Redentor (Viernes Santo).

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