jueves, 11 de abril de 2019

COFRADÍA DEL SANTO SEPULCRO Y SANTÍSIMO CRISTO DEL CONSUELO

COFRADÍA DEL SANTO SEPULCRO Y SANTÍSIMO CRISTO DEL CONSUELO

La Semana Santa de Valladolid ha tenido, como mínimo, dos etapas claramente marcadas en su vida. La primera se inicia en el lejanísimo siglo XVI y alcanza su máximo esplendor en los dos siguientes. Es la época en la que florecen no solo las ya clásicas cofradías penitenciales, sino los grandes escultores que dejan su arte en madera para la posteridad. Esa etapa tan fecunda empezó a perder vigor a partir del siglo XVIII, languideciendo hasta casi desaparecer en poco más de cien años. Un cierto puritanismo, la necesidad de romper con el pasado de unos desfiles que casi siempre se tornaban sangrientos, y avatares políticos como la desamortización de Mendizábal en el año 1836, dejaron muy maltrecha a la Semana Santa vallisoletana, cuya sociedad vio perder en poco tiempo sus mejores procesiones. Caen las celebraciones en el olvido, quedan arrumbadas las carrozas que desfilaban y se pierde la costumbre de sacar a la calle los pasos creados por los mejores imagineros del mundo, muchos de los cuales se abandonan en los sótanos del universitario Palacio de Santa Cruz, entonces Museo Provincial de Bellas Artes.
La segunda etapa de estas celebraciones se remonta a 1920, cuando en la ciudad se juntan tres personas que van a ser definitivas para el renacer de la nueva Semana Santa: el arzobispo Gandásegui, el historiador Juan Agapito y Revilla y Francisco de Cossío, entonces director de dicho Museo.
Para atajar en lo posible el abandono de este arte esculpido en madera, ese año los tres personajes se lanzan a la aventura de resucitar algunas de las viejas procesiones que el tiempo había sumido en el olvido, rescatando una parte de las tallas que se guardaban en los sótanos del Museo Provincial. Poco a poco fue naciendo una nueva Semana Santa que desde entonces hasta hoy sólo tendría un único y doloroso paréntesis: el de la guerra civil española, hasta convertirse, como recuerda el propio Cossío en algo “no superado en ninguna parte del mundo, como exhibición del arte cristiano”.
Al amparo de los nuevos aires nacieron otras cofradías diferentes a las cinco clásicas que se habían disputado, cuatrocientos años atrás, el honor de alumbrar y acompañar algunos de los pasos más hermosos de cuantos conocemos hoy. Una de esas cofradías es la del Santo Sepulcro, cuyos estatutos datan de 1945, y que fueron aprobados por el arzobispo García y García, sucesor de Remigio Gandásegui. Durante casi cuarenta años esta nueva hermandad continuaría con su nombre original, hasta adoptar, en 1994, su nueva y actual denominación: Cofradía del Santo Sepulcro y del Santísimo Cristo del Consuelo.
El origen de la misma hay que buscarlo en la vallisoletana iglesia de San Benito, lugar donde nació y en donde continúa teniendo su sede. Allí, al amparo de la religiosidad que invadió España en los años de posguerra, nació la Juventud Josefina, como sección de la Asociación Josefina, cuyos miembros, de acuerdo con su director el Padre José Antonio Carrasco, iniciaron enseguida los trámites precisos para participar activamente en la Semana Santa. Al fin, el 20 de diciembre de 1945 el arzobispo decreta: “Por la presente erigimos en la Iglesia de San Benito el Real de esta ciudad la Cofradía del Santo Sepulcro, a la cual encomendamos asociar el Paso de los Durmientes en la procesión general del Viernes Santo, y aprobamos los estatutos por los que ha de regirse”.
Los nuevos hermanos tratan de ajustar su vida a un reglamento cuyo fin principal era, según se lee textualmente, “dar culto al Señor muerto por nosotros y sepultado durante tres días en el seno de la tierra, y por medio de este culto aumentar en sus miembros el Amor a la humanidad de Nuestro Señor Jesucristo, fuente perenne de santificación”. Como fin secundario se proponía “acompañar al Señor encerrado en el sepulcro en la procesión del Santo Entierro que todos los años se viene celebrando el Viernes Santo en nuestra ciudad”. Medios para lograr lo principal eran la celebración de un triduo anual ante el paso los tres días antes de Semana Santa, la frecuencia de sacramentos, participación en ejercicios espirituales y actos similares.
Sede:
IGLESIA DEL MONASTERIO DE SAN BENITO EL REAL
La Iglesia de San Benito el Real, de la orden benedictina, es uno de los templos más antiguos de Valladolid.
Fue erigida sobre el antiguo Alcázar Real y está realizada en estilo gótico; aunque la fachada en forma de torre pórtico es posterior: fue diseñada por Rodrigo Gil de Hontañón en 1569. Originalmente, esta torre poseía bastante más altura gracias a la existencia de otros dos cuerpos para el campanario, que se encontraban sobre los actuales, y que fueron derribados en el siglo XIX por amenazar ruina.
La iglesia fue edificada de 1499 a 1515, siguiendo planos de Juan de Arandia y García de Olave. Está totalmente edificada en piedra. Se organiza mediante tres naves, que rematan en tres ábsides poligonales y no existe crucero. Las naves laterales son muy altas y su diferencia de altura con la central es escasa, por lo que podemos decir que esta iglesia sigue la tipología de iglesia-salón, muy difundida en la primera mitad mitad del siglo XVI, creando edificios de una interesante y grandiosa espacialidad como el que nos ocupa. La iluminación se resuelve a partir de grandes huecos que se abren el la pared de la nave lateral del lado de la Epístola y en los ábsides. Originalmente, también existieron algunos huecos en la nave central, tapados a raíz de la elevación de los tejados hacia 1580. En el tramo de los pies se encuentra el coro alto, que abarca las tres naves de la iglesia. Por el exterior, el edificio posee recios muros de piedra caliza (extraída de canteras cercanas a Valladolid, como Villanubla, Zaratán o Campaspero) y grandes ventanales que iluminan el espacioso interior. Las fachadas laterales se articulan mediante contrafuertes que contrarrestan los empujes de las bóvedas de crucería con terceletes con las que se cubre en el interior. Los pilares que dividen las naves son baquetonados. Puede observarse que los tramos más cercanos a la cabecera presentan capiteles y cornisas decorados, algo que desaparecen en los tramos de los pies, más austeros. Esto puede ser debido a la búsqueda de un presupuesto más económico conforme avanzaban las obras, empezadas por la cabecera, a la usanza medieval.
Teniendo en cuenta que la orden benedictina tenía entonces mucho poder y siendo esta su casa principal en Castilla, la iglesia atesoraría obras de arte de gran calidad.
Entre los tesoros que se encontraban en la iglesia cabe destacar el Retablo de San Benito el Real de Valladolid y la sillería, que se encontraba en la nave central. En cuanto a la sillería, esta fue construida por Andrés de Nájera y terminada en 1528. Posee sillas bajas y altas y se disponía en la nave central. El destino de esta sillería era servir para las reuniones anuales de abades de los monasterios castellanos de la orden benedictina, que tenían lugar en esta iglesia. Así, en los respaldos de las sillas altas, aparecen los santos a los que estaban advocados las distintas casas benedictinas españolas, pudiendo encontrar cada abad fácilmente su asiento gracias a la imagen del respaldo. El estilo de la sillería es el plateresco. El nuevo estilo a lo Romano proveniente de Italia estaba ya entrando en España. Aparecen decoraciones que tienen su base en las pinturas de la Domus Aurea de Roma y que en aquel momento se estaban descubriendo y eran estudiadas por todos los artistas que tenían oportunidad de ello. Los imágenes de santos también han abandonado totalmente las formas góticas y debido a su belleza y proporciones estudiadas se percibe en ellas el latir del Humanisno. La calidad de la escultura es muy alta y muchos autores afirman que esta es una de las mejores sillerías existentes en España.
En 1571 se asentó la reja que abarca las tres naves y divide transversalmente la iglesia en dos partes jerarquizadas: la de los pies, destinada al pueblo llano y la de la cabecera, destinada a los monjes. La reja es obra de Tomás Celma y es una estimable muestra de la rejería de aquel momento.
Además del retablo y la sillería se encontraban en la iglesia otras obras de arte de gran valor: pequeños retablos, sepulcros, órganos, etcétera.
Después de la Desamortización de Mendizábal en 1835, el monasterio se transformó en fuerte y en cuartel, cerrándose al culto la iglesia, que fue despojada de las obras de arte que poseía. Por suerte, conservamos la sillería y gran parte del retablo mayor en el Museo Nacional Colegio de San Gregorio de Valladolid. La reja es lo único que se quedó en la iglesia y no sufrió apenas daños. A partir de mediados del siglo XIX, muchas voces piden la reapertura de la iglesia; y finalmente se logra en 1892, estando encargada del culto la Venerable Orden Tercera del Carmen. Desde 1897 es la Orden del Carmen Descalzo la que se hace cargo de la iglesia. En 1922 se instala un nuevo retablo mayor barroco, procedente de la población de Portillo(Valladolid).
Adosado a la iglesia se encuentra el gran edificio monacal, que cuenta con tres claustros, uno de ellos el conocido Patio Herreriano, hoy museo de arte contemporáneo, y una fachada principal manierista diseñada por Juan del Ribero Rada.
Hábito:
Los Cofrades de El Santo Sepulcro visten túnica blanca con bocamanga de encaje, cíngulo amarillo con borla, capa morada, con escudo de la Cofradía bordado en el antebrazo izquierdo, capirote de raso morado, guantes blancos y zapatos negros. Blanco, morado y amarillo oro, los colores josefinos, con lo cual se recuerda los orígenes josefinos de la cofradía.
Estos orígenes josefinos nos los recuerdan el escudo de la cofradía consistente en la Cruz del santo sepulcro en cuyo interior va en diagonal el lirio, símbolo de San José, con las letras AJ, Asociación Josefina.
El Domingo de Resurrección, como la expresión de la alegría por el anuncio de que el Señor ha resucitado, fundamento de la fe cristiana, la cofradía desfila sin capirote y las hermanas de devoción con mantilla blanca.
Procesiones en las que participa:
Procesión de la Peregrinación del Consuelo (Miércoles Santo, 24 h.). Se trata de una procesión íntima, que recorre las calles de la zona de San Miguel y en la que se reza el Vía Crucis portando a hombros el Cristo del Consuelo, en un silencio sólo roto por dos tambores que van marcando el paso.
Procesión General de la Sagrada Pasión del Redentor (Viernes Santo, 19:30 h.). La Cofradía desfila en penúltimo lugar con su paso titular.
Procesión del Encuentro de Jesús Resucitado con la Virgen de la Alegría (Domingo de Resurrección, 10:30 h.). Acompañando la Virgen de la Alegría y al Santo Sepulcro vacío, la Cofradía se dirige a la Catedral a la Solemne Misa Pascual, tras la cual, junto con la Cofradía del Resucitado, van a la Plaza Mayor, donde se produce el Encuentro.

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