La Semana Santa de Valladolid ha tenido, como mínimo, dos
etapas claramente marcadas en su vida. La primera se inicia en el lejanísimo
siglo XVI y alcanza su máximo esplendor en los dos siguientes. Es la época en
la que florecen no solo las ya clásicas cofradías penitenciales, sino los
grandes escultores que dejan su arte en madera para la posteridad. Esa etapa
tan fecunda empezó a perder vigor a partir del siglo XVIII, languideciendo
hasta casi desaparecer en poco más de cien años. Un cierto puritanismo, la
necesidad de romper con el pasado de unos desfiles que casi siempre se tornaban
sangrientos, y avatares políticos como la desamortización de Mendizábal en el
año 1836, dejaron muy maltrecha a la Semana Santa vallisoletana, cuya sociedad
vio perder en poco tiempo sus mejores procesiones. Caen las celebraciones en el
olvido, quedan arrumbadas las carrozas que desfilaban y se pierde la costumbre
de sacar a la calle los pasos creados por los mejores imagineros del mundo,
muchos de los cuales se abandonan en los sótanos del universitario Palacio de
Santa Cruz, entonces Museo Provincial de Bellas Artes.
La segunda etapa de estas celebraciones se remonta a 1920,
cuando en la ciudad se juntan tres personas que van a ser definitivas para el
renacer de la nueva Semana Santa: el arzobispo Gandásegui, el historiador Juan
Agapito y Revilla y Francisco de Cossío, entonces director de dicho Museo.
Para atajar en lo posible el abandono de este arte esculpido
en madera, ese año los tres personajes se lanzan a la aventura de resucitar
algunas de las viejas procesiones que el tiempo había sumido en el olvido,
rescatando una parte de las tallas que se guardaban en los sótanos del Museo
Provincial. Poco a poco fue naciendo una nueva Semana Santa que desde entonces
hasta hoy sólo tendría un único y doloroso paréntesis: el de la guerra civil
española, hasta convertirse, como recuerda el propio Cossío en algo “no
superado en ninguna parte del mundo, como exhibición del arte cristiano”.
Al amparo de los nuevos aires nacieron otras cofradías
diferentes a las cinco clásicas que se habían disputado, cuatrocientos años
atrás, el honor de alumbrar y acompañar algunos de los pasos más hermosos de
cuantos conocemos hoy. Una de esas cofradías es la del Santo Sepulcro, cuyos
estatutos datan de 1945, y que fueron aprobados por el arzobispo García y
García, sucesor de Remigio Gandásegui. Durante casi cuarenta años esta nueva
hermandad continuaría con su nombre original, hasta adoptar, en 1994, su nueva
y actual denominación: Cofradía del Santo Sepulcro y del Santísimo Cristo del
Consuelo.
El origen de la misma hay que buscarlo en la vallisoletana
iglesia de San Benito, lugar donde nació y en donde continúa teniendo su sede.
Allí, al amparo de la religiosidad que invadió España en los años de posguerra,
nació la Juventud Josefina, como sección de la Asociación Josefina, cuyos
miembros, de acuerdo con su director el Padre José Antonio Carrasco, iniciaron
enseguida los trámites precisos para participar activamente en la Semana Santa.
Al fin, el 20 de diciembre de 1945 el arzobispo decreta: “Por la presente
erigimos en la Iglesia de San Benito el Real de esta ciudad la Cofradía del
Santo Sepulcro, a la cual encomendamos asociar el Paso de los Durmientes en la
procesión general del Viernes Santo, y aprobamos los estatutos por los que ha
de regirse”.
Los nuevos hermanos tratan de ajustar su vida a un
reglamento cuyo fin principal era, según se lee textualmente, “dar culto al
Señor muerto por nosotros y sepultado durante tres días en el seno de la
tierra, y por medio de este culto aumentar en sus miembros el Amor a la
humanidad de Nuestro Señor Jesucristo, fuente perenne de santificación”. Como
fin secundario se proponía “acompañar al Señor encerrado en el sepulcro en la
procesión del Santo Entierro que todos los años se viene celebrando el Viernes
Santo en nuestra ciudad”. Medios para lograr lo principal eran la celebración
de un triduo anual ante el paso los tres días antes de Semana Santa, la
frecuencia de sacramentos, participación en ejercicios espirituales y actos
similares.
Sede:
IGLESIA DEL MONASTERIO DE SAN BENITO EL REAL
La Iglesia de San Benito el Real, de la orden benedictina,
es uno de los templos más antiguos de Valladolid.
Fue erigida sobre el antiguo Alcázar Real y está realizada
en estilo gótico; aunque la fachada en forma de torre pórtico es posterior: fue
diseñada por Rodrigo Gil de Hontañón en 1569. Originalmente, esta torre poseía
bastante más altura gracias a la existencia de otros dos cuerpos para el
campanario, que se encontraban sobre los actuales, y que fueron derribados en
el siglo XIX por amenazar ruina.
La iglesia fue edificada de 1499 a 1515, siguiendo planos de
Juan de Arandia y García de Olave. Está totalmente edificada en piedra. Se
organiza mediante tres naves, que rematan en tres ábsides poligonales y no
existe crucero. Las naves laterales son muy altas y su diferencia de altura con
la central es escasa, por lo que podemos decir que esta iglesia sigue la
tipología de iglesia-salón, muy difundida en la primera mitad mitad del siglo
XVI, creando edificios de una interesante y grandiosa espacialidad como el que
nos ocupa. La iluminación se resuelve a partir de grandes huecos que se abren
el la pared de la nave lateral del lado de la Epístola y en los ábsides.
Originalmente, también existieron algunos huecos en la nave central, tapados a
raíz de la elevación de los tejados hacia 1580. En el tramo de los pies se
encuentra el coro alto, que abarca las tres naves de la iglesia. Por el
exterior, el edificio posee recios muros de piedra caliza (extraída de canteras
cercanas a Valladolid, como Villanubla, Zaratán o Campaspero) y grandes
ventanales que iluminan el espacioso interior. Las fachadas laterales se
articulan mediante contrafuertes que contrarrestan los empujes de las bóvedas
de crucería con terceletes con las que se cubre en el interior. Los pilares que
dividen las naves son baquetonados. Puede observarse que los tramos más
cercanos a la cabecera presentan capiteles y cornisas decorados, algo que
desaparecen en los tramos de los pies, más austeros. Esto puede ser debido a la
búsqueda de un presupuesto más económico conforme avanzaban las obras,
empezadas por la cabecera, a la usanza medieval.
Teniendo en cuenta que la orden benedictina tenía entonces
mucho poder y siendo esta su casa principal en Castilla, la iglesia atesoraría
obras de arte de gran calidad.
Entre los tesoros que se encontraban en la iglesia cabe
destacar el Retablo de San Benito el Real de Valladolid y la sillería, que se
encontraba en la nave central. En cuanto a la sillería, esta fue construida por
Andrés de Nájera y terminada en 1528. Posee sillas bajas y altas y se disponía
en la nave central. El destino de esta sillería era servir para las reuniones
anuales de abades de los monasterios castellanos de la orden benedictina, que
tenían lugar en esta iglesia. Así, en los respaldos de las sillas altas,
aparecen los santos a los que estaban advocados las distintas casas
benedictinas españolas, pudiendo encontrar cada abad fácilmente su asiento
gracias a la imagen del respaldo. El estilo de la sillería es el plateresco. El
nuevo estilo a lo Romano proveniente de Italia estaba ya entrando en España.
Aparecen decoraciones que tienen su base en las pinturas de la Domus Aurea de
Roma y que en aquel momento se estaban descubriendo y eran estudiadas por todos
los artistas que tenían oportunidad de ello. Los imágenes de santos también han
abandonado totalmente las formas góticas y debido a su belleza y proporciones
estudiadas se percibe en ellas el latir del Humanisno. La calidad de la
escultura es muy alta y muchos autores afirman que esta es una de las mejores
sillerías existentes en España.
En 1571 se asentó la reja que abarca las tres naves y divide
transversalmente la iglesia en dos partes jerarquizadas: la de los pies,
destinada al pueblo llano y la de la cabecera, destinada a los monjes. La reja
es obra de Tomás Celma y es una estimable muestra de la rejería de aquel
momento.
Además del retablo y la sillería se encontraban en la
iglesia otras obras de arte de gran valor: pequeños retablos, sepulcros,
órganos, etcétera.
Después de la Desamortización de Mendizábal en 1835, el
monasterio se transformó en fuerte y en cuartel, cerrándose al culto la
iglesia, que fue despojada de las obras de arte que poseía. Por suerte,
conservamos la sillería y gran parte del retablo mayor en el Museo Nacional
Colegio de San Gregorio de Valladolid. La reja es lo único que se quedó en la
iglesia y no sufrió apenas daños. A partir de mediados del siglo XIX, muchas
voces piden la reapertura de la iglesia; y finalmente se logra en 1892,
estando encargada del culto la Venerable Orden Tercera del Carmen. Desde 1897
es la Orden del Carmen Descalzo la que se hace cargo de la iglesia. En 1922 se
instala un nuevo retablo mayor barroco, procedente de la población de
Portillo(Valladolid).
Adosado a la iglesia se encuentra el gran edificio monacal,
que cuenta con tres claustros, uno de ellos el conocido Patio Herreriano, hoy
museo de arte contemporáneo, y una fachada principal manierista diseñada por
Juan del Ribero Rada.
Hábito:
Los Cofrades de El Santo Sepulcro visten túnica blanca con
bocamanga de encaje, cíngulo amarillo con borla, capa morada, con escudo de la
Cofradía bordado en el antebrazo izquierdo, capirote de raso morado, guantes
blancos y zapatos negros. Blanco, morado y amarillo oro, los colores josefinos,
con lo cual se recuerda los orígenes josefinos de la cofradía.
Estos orígenes josefinos nos los recuerdan el escudo de la
cofradía consistente en la Cruz del santo sepulcro en cuyo interior va en
diagonal el lirio, símbolo de San José, con las letras AJ, Asociación Josefina.
El Domingo de Resurrección, como la expresión de la alegría
por el anuncio de que el Señor ha resucitado, fundamento de la fe cristiana, la
cofradía desfila sin capirote y las hermanas de devoción con mantilla blanca.
Procesiones en las que participa:
Procesión de la Peregrinación del Consuelo (Miércoles Santo,
24 h.). Se trata de una procesión íntima, que recorre las calles de la zona de
San Miguel y en la que se reza el Vía Crucis portando a hombros el Cristo del
Consuelo, en un silencio sólo roto por dos tambores que van marcando el paso.
Procesión General de la Sagrada Pasión del Redentor (Viernes
Santo, 19:30 h.). La Cofradía desfila en penúltimo lugar con su paso titular.
Procesión del Encuentro de Jesús Resucitado con la Virgen de
la Alegría (Domingo de Resurrección, 10:30 h.). Acompañando la Virgen de la
Alegría y al Santo Sepulcro vacío, la Cofradía se dirige a la Catedral a la
Solemne Misa Pascual, tras la cual, junto con la Cofradía del Resucitado, van a
la Plaza Mayor, donde se produce el Encuentro.
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